Y acaso no somos obreros de un
espectáculo, constructores de nuestros deseos que son siempre inventos de
nuestras mentes. Emana la realidad de nuestro prisma privado.
Y acaso no es todo lo nuestro una
farsa interminable, una estructura de deseos hecha palabras que buscan engañar
la realidad para hacerla propia. Llevar a los demás a nuestro mundo cómodo.
La realidad existe pero no es
real para nosotros, no existe lo naturalmente espontáneo en lo que el humano
tenga que ver. Hechos, sí, son reales, pero no vienen del orden propio de las
cosas si existe un roce con la voluntad nuestra. Sólo donde no hay humanos y
humanas hay realidad, donde hay un humano hay humanidad, el vicio de
interpretar las cosas. Lo que nuestros ojos ven son interpretaciones, la
realidad de lo real pasa por nuestra máquina gris mediante los sentidos y en el
trayecto se mezclan las señales con nuestros deseos, con nuestras visiones de
lo que debería venir, se contaminan con nuestros prejuicios y ahí, luego de
todo ese barro de individualismo, lo “vemos”, lo “oímos”, lo “probamos, lo “olemos”,
lo “tocamos”. Nada es real si el humano está de por medio.
Todo es una farsa, desde que se
habló de un “debe ser”, desde que alguien tuvo la idea que existe la forma de
proceder, desde que nos adiestraron y nos dijeron los cómo, los cuándo, los
quiénes. El triste espectáculo de la civilización humana, patéticos animales
que buscan un sentido a su existencia, como si la existencia tuviese algo más
que el existir mismo. Débiles como somos, nos llenamos de prótesis, extensiones
de la mente, cambiamos todo, obligamos a la realidad a no serla, todo lo humano
es falso.
Y acá estamos en esta obra,
actuando, llevando máscaras, conteniendo deseos; no debes matar, no debes
odiar, no debes desear los deseos, no no no no… la humanidad es un no
constante, una interpretación colectiva del “debe ser”, simios reprimidos,
temerosos de lo que podemos hacer si hacemos lo que queremos, la civilización,
sus organigramas, sus leyes, sus normas… todo es una farsa.
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