La izquierda, al contrario de la derecha, es esencialmente diversa.
Diversa porque centra sus valores en ideas colectivas y el colectivismo asume
el esfuerzo de coexistir con un otro libre e independiente, para formar un
tejido social que abrigue condiciones materiales y culturales básicas que
permitan a cada individuo realizarse y ser feliz en armonía con los demás. Es
por ello que la unidad de la izquierda debe ubicarse en la periferia del ego de
quienes la conforman, pues el desprendimiento a ese apego de considerar lo
propio como más importante o verdad, es una condición sine qua non para la
convergencia de visiones y acciones sociopolítica. La prepotencia política
individual o colectiva es enemiga de la unidad, desata los nudos de encuentro,
los hace débiles dado que la actitud invasiva o impositiva con los otros
provoca el atrincheramiento en las ideas propias, pues se nos intenta dominar
mediante el peso de ímpetu desproporcionado y no sobre la belleza de los buenos
argumentos. La relación entonces pasa a ser una acción de vencer y no de
convencer. Nuestra atomización en grupos pequeños es lo que fortalece a los
protectores del capitalismo, en consecuencia, la voluntad de encontrarnos
requiere una energía interna que permita sostener un actitud coherente y
fuerte, pero dialogante y flexible, pues la unidad requiere adaptación al
espacio común que se crea cuando decidimos actuar en conjunto. Pensarnos
mejores que las y los otros, asumir una actitud mesiánica y ponderar que
nuestras consignas y medios de lucha son un verdad que debe ser aceptadas por
los demás, es una postura que aplica cicuta por goteo a la sangre común que
alimenta la unidad. Una unidad política diversa requiere una actitud fraterna,
hermanar los diálogos y los gestos. Esta asertividad comunicacional, de poder
decir lo que se piensa sin violentar a los otros, es fundamental para que los
canales por donde transitan las ideas sean amplios y libres de ruidos que
interfieran con el sentido de lo que se desea expresar. La verdad la haremos
entre todos y todas, pues nuestras realidades individuales y colectivas son
solo una parte de la verdad infinita que se muestra y se esconde ante los
límites de nuestro contexto y sentidos. Superada la arrogancia del ego gracias
al entendimiento de que para convivir en diversidad se debe validar al otro
como un ser libre de sumarse o no a nuestras ideas, podremos iniciar el
encuentro de ideas frente a un desafío a superar. Ante una problemática siempre
existirán varios caminos para resolverla, y si deseamos ser parte de la
solución o de una propuesta de solución, deberemos comprender que no siempre
nuestras ideas serán consideradas en su totalidad, pues la unidad significa que
lo nuevo que se forme tendrá en parte lo nuestro y en parte lo de los demás. En
la unidad más pura no hay espacios para hegemonías. Esta flexibilidad no significa
que debamos torcer los principios pilares que sostienen nuestro sentido y
espíritu de lucha, pues con ello caemos en incoherencias y ellas siempre
gatillan tensiones que a la larga logran debilitar hasta el acero más templado.
Esta convergencia existirá gracias a acuerdos base que den piso a la
construcción conjunta. Ahora bien, los acuerdos bases son siempre tratados
dentro de un contexto histórico presente, pues no podemos negar que nuestras
diferencias en algún momento harán inviable u obsoleta la herramienta
construida en conjunto. Por ejemplo, las y los humanistas consideramos a la
violencia como una herramienta infértil e incoherente para la construcción de
una sociedad más igualitaria, fraterna y humanista. Si existen grupos que dan
sentido el manifestar su rabia interna mediante la violencia física contra
bienes o personas, nosotros seguiremos un camino propio, pues no vemos virtud
alguna en luchar contra la violencia del sistema mediante más violencia, la
cual al fin y al cabo será abono para el neoliberalismo, que necesita
opositores viscerales que no sean capaces de sumar al pueblo mediante el
entendimiento. Otro desafío será superar la mirada miope y los apuros, pues el
cortoplacismo y la falta de prudencia han sido condenas para los grupos
políticos que han puesto la mantención (u obtención) del poder como el fin
último ¿De qué nos sirve el poder si no hacemos realidad nuestro discurso? Una
convergencia sustentable será aquella que genere agenda propia y respete un
método consensuado de crecimiento y fortalecimiento. Si respondemos a las
provocaciones del medio y a los tiempos de la oligarquía, seremos un bote
colectivo que responderá a las corrientes marinas y no a la voluntad de sus
propios remos. El desafío que tenemos hoy, de hacer cuerpo común para enfrentar
el control político del neoliberalismo, requerirá de madurez y prudencia, pues
los termocéfalos y los imprudentes al interior de la propia izquierda serán los
primeros oponentes a vencer. Saber trabajar con otros sin temor de perder
identidad propia, será posible una vez que extendamos puentes de confianza y de
buen trato, y no me cabe duda que sabremos poner esta voluntad colectiva por
sobre impulsos de dominación o de separación que tienta a veces cuando se
diluye nuestro poder dentro del cuerpo comunitario.
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