lunes, 3 de noviembre de 2008

Perdurar y mantenerse post morten.


Es un hecho que todos vamos a morir.

Dejaremos de respirar, nuestro corazón comenzará un ciclo de inercia quieta, sin más bum! bum!. Las venas y arterias no contendrán más movimiento sino que serán depósitos húmedos de un fluido espeso. Nuestros sentidos se apagarán desconectándonos de cualquier información que venga del exterior de nuestra carne apielada. Quizás sólo escucharemos nuestra conciencia comentando un "hasta aquí llegamos" o un peor "y eso sería todo".

Muchos buscan consuelo valeroso o resignado en la fe. Unas profesan otra vida eterna, merecida luego de un protocolo obedecido, otras la reencarnación, transformando la muerte como sólo un proceso de mudanza corpórea.
En la naturaleza humana, anida como un parásito sin fines prácticos a no ser el de su existencia misma o como una herramienta burda de sobrevivencia, el miedo a lo desconocido. Y cómo nadie a ido al cielo y ha vuelto, o al menos lo haya comprobado, aunque sea con un boleto divino o con prueba material de sus estancia como un souvenir celestial, podría decir que el morir y sus consecuencias personales son tan desconocidas como las armas de destrucción masivas de Irak.
Ahora bien, aunque sea difícil creerlo y quizás más sea el aceptarlo, podemos conocer gente que se preocupa por los demás, eso sí, los demás más cercanos y que en cierta medida son carga en algún grado de responsabilidad ora económica ora emocional, no nos pidamos tanto entre humanos.
Para este grupo sectario de la sociedad, la muerte no sólo es una preocupación a futuro del yo, sino de los que quedan fuera del viaje hacia donde nadie a vuelto. Y entre ellos me identifico, como un semi fanático de hacer bien las cosas, por motivos tan egoístas como por si acaso hay un cielo con juicio y todo, así como también el no desaparecer de la redondez relativa de mi hogar terrenal.
La presencia en el recuerdo de un otro, en donde participo necróticamente provocando alegrías o quizás vociferando algunas palabras de consuelo como herramientas de aliento para el recordador, perfectamente podrían significar mi permanencia post morten. Una especie de trasplante ideológico, o uno vivencial o ambos.

Hay miles de millones que han pasado de ser una célula a abono terrenal, sin dejar más que monóxido de carbono durante su vida y metanol en su descomposición luego de morir. No quiero ser mal agradecido con su aporte al ciclo terrenal, pero la aridez de la existencia, me altera, lo debo reconocer.
Otros pocos,motivados por el narcisismo de un ego insaciable o por filantropía pura han dejado un herencia imperecedera de argumentos, ideas, inventos, odios y amores que son ladrillos de la historia de lo que somos y seremos por siempre.
Y yendo a un plano más hogareño, he presenciado como fallecidos acompañan algunas comidas y ejecutan acciones a través de otros aún vivos, los que justifican estos actos como imitaciones o impulsos inexplicables, siendo simplemente un acto puro de posesión disfrazado de recuerdos involuntarios.

La labor humana existencial es extraña y poco transversal, algunos creen que es el vivir por sobre otros la mayor cantidad de tiempo posible y con la mayor notoriedad tolerable, mientras que otros luchan por cosas que ni ellos creen, pero en fin, los motivos existenciales son tan numerosos como humanos hay. Eso sí habemos algunos que en conjunto y compañía con los placeres superficiales, que son daños colaterales de la misma existencia, intentamos no desexistir, filtrándonos en la memoria de los sujetos, para así seguir perdurando a través del juglar de su conciencia, que narrará nuestras historias que quizás vivimos junto a ellos.

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