Hay cosas que no pueden estar en manos de una lógica mercantil por su  perfil estratégico para el desarrollo de un país. Una empresa privada  sólo invertirá dinero en algo que le genere más dinero con el más bajo  costo posible. Causa de esto es que la gran mayoría de las universidades  privadas no generan ni un sólo proyecto de investigación; por el  contrario, el desarrollo científico (base del  crecimiento de los países  de la OCDE) se concentra en las universidades de carácter público que a  su vez concentran los alumnos con menos recursos del país. La  cuestionable constitución chilena garantiza que los centros de educación  superior “autónomos” hagan y deshagan con sus carreras -profesionales-  sin regulación alguna; no será extraño leer por ahí un -técnico en  cordones de zapatos- o -asistente asistencial jurídico-. ¿Cómo tanto  dirá usted? Es tan macabro el asunto que incluso la ley que debiera  garantizar calidad en educación superior (¡a sólo 4 carreras en Chile!),  no causa pena -seria- alguna a las universidades y carreras que no  cumplan con los bajos requisitos nacionales. Hay más exigencias legales  para instalar un local de comida que una universidad, IP o CFT, lo que  al final se transforma en un envenenamiento masivo a la matriz  productiva del país. Pregúntense usted cuántos países del primer mundo  dejaron en manos del mercado y de privados el sustento intelectual de su  población, cuando lo averigüe de seguro sentirá que algo acá en Chile  está remando para otro lado.
Muchos hacen gárgaras  vociferantes sobre la cantidad de jóvenes del los primeros tres  quintiles  que ingresan actualmente a la educación superior, pero esos  mismos viscos callan o convenientemente ingonar la estadística de que el  70% de las deserciones en los dos primeros años corresponde a esos  mismos tres quintiles; en otras palabras la probabilidad de terminar la  educación terciaria depende principalmente del nivel socioeconómico del  estudiante.
Que una universidad acepte alumnos con menos  de 500 puntos PSU para estudiar odontología, kinesiología, derecho o  enfermería bajo pretexto de -.dar una oportunidad- puede sonar  romántico, pero es un riesgo a corto plazo para el estudiante y sus  familias y uno a mediano y largo plazo para todo el país. Esta realidad  se observa en  universidades nuevas que están bajo observación del  Consejo Superior de Educación; centros de estudios que durante los seis  años de -maduración- sólo deben responder a requisitos de orden  administrativo, dado que los pedagógicos son casi un detalle menor para  las exigencias de “calidad” del Estado chileno que comprende el concepto  desde un punto de vista funcional de “ajuste a los propósitos  declarados” que podemos encontrar en la misión de la institución... así  de simple.
Las instituciones que logran obtener la  “autonomía” quedan desde ahí en adelante sin regulación real dado que  someterse a Comisión Nacional de Acreditación es voluntario dejando su  control en manos de la oferta y demanda del mercado educativo, osea la  calidad y la pertinencia de lo que estudian los jóvenes de Chile es  manejada por la misma lógica que de una tienda de ropa. Ahora, qué pasa  si una carrera o centro de educación superior no se acredita o sale  rechazado, pues bien pasa que ¡no pasa nada!, incluso en las carreras  que por ley debiesen acreditarse de manera obligatoria (Medicina,  Educación básica, parvularia y diferencial).
 Si retomamos  a los jóvenes de los tres primeros quintiles que son “primera  generación” familiar en educación superior debemos preguntarnos ¿dónde  están entrando?, porque de seguro y como afirma Víctor Pérez -senador  académico- de la Universidad de Chile, esos estudiantes son generadores  de caja para levantar las inversiones que requiere el centro de estudio y  que “están entrando a instituciones que no les van a aportar nada”.  (Mönckeberg O. “La privatización de las universidades”. 2006)
Acá  se están generando negocios inescrupulosos a costa de las esperanzas e  ilusiones de las familias más modestas del país. El Estado chileno a  sido cómplice desde los 80´s de esta vergüenza nacional que se ha  intentado maquillar con leyes que en nada modifican el carácter liberal y  de mercado de la regulación de la calidad y equidad en educación  superior (y ni hablar de la escolar).
Es hora que  comencemos a manifestarnos sobre esta cruda y descarada realidad país,  en donde el sustento de generaciones completas está poniéndose en riesgo  por mentes sin principios por el bien común y que entienden a la  sociedad sólo como escenario de oportunidades políticas y económicas  para su propio beneficio bajo el alero de leyes que ellos mismos se  construyeron hace décadas.

 
 
 
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