martes, 12 de febrero de 2019

Columna opinión: Las termitas públicas

Las termitas públicas

por @fcordovae 

Si no hay ley que lo prohíba, no hay ética a la cual someterse. Todo está permitido si no hay una condena legal específica que les amenace con multas (irrisorias por lo demás) o cárcel (cosa que no sucede) ante una conducta reñida con el bien común y la rectitud. Así funcional las "termitas públicas", funcionarias y funcionarios formados en su mayoría dentro de partidos políticos de la transición que se han dedicado esencialmente, a inocular éstos funcionarios "de confianza" (da lo mismo si son idóneos para el cargo) en todo el entramado público. Las termitas públicas al igual que los insectos, son una plaga para la integridad de la estructura de nuestra sociedad e inconsistente democracia, y es prácticamente imposible deshacerse de ellas, pues resisten a cuanto químico o normativa que se les aplique.

Sus argumentos los hemos podido leer y escuchar por los medios muchas veces: "es completamente legal lo que hicimos", "no hay denuncia ni procesos, todo está dentro de la ley", "la ley no nos prohíbe ni nos obliga, así que lo podemos hacer si queremos". Porque para ellos lo legítimo, lo ético, lo decente radica y se delimita por lo que la ley obliga o prohíbe, leyes que claramente son escritas por los que han tendido, turnándose, el poder en los últimos 40 años. La moral (costumbre) y la ética (argumentación de esa costumbre) están para ellos en un plano ajeno a sus deberes como hombre y mujeres de servicio público. Millonarios viáticos, lujosos viajes bajo excusa de dudosas capacitaciones o comisiones de lo que sea, servidumbre, exigencia de pleitesía y trato especial para dónde van, normativas públicas a la medida en casos de corrupción, e incluso trato especial del ministerio público y de la justicia en general, todo ello dentro de sus hábitos y costumbres de y para la clase política. Las termitas públicas comen bien, mejor que las mayorías para las que suponen que trabajan.

Cuando son descubiertos en sus frescuras, todo es culpa de errores involuntarios (da lo mismo si cuestan decenas o cientos de millones de pesos de nuestros impuestos), por falta de experiencia, o lo que es más interesante, el problema al final recae en quiénes denuncian y acusan sistemáticamente a los representantes políticos, pues eso de fiscalizar está bien, pero que no moleste tanto pues se puede afectar el "correcto funcionamiento del país", tal como lo dijo sin vergüenza alguna el fiscal nacional Jorge Abott como muestra de su desidia en las investigaciones de políticos corruptos. Y este es un punto a considerar, el de nuestra cultura sudamericana y especialmente de la nuestra, la chilena, esa donde ser "pillo" y sacar ventaja de otros es en esencia la base de éxito y el sinónimo de inteligencia. Acá en Chile nos gusta olvidar, o mejor dicho, ignorar la plaga. Nos espantamos inmediatamente cuando vemos una termita pública pero así como llega la rabia, ésta se difumina y luego se acomoda a la rutina del día a día. Con el abuso de la -verticalidad integrada- en salud y de las Isapres ya daría para una paralización nacional y un escándalo mayúsculo por violencia sanitaria… pero no. Somos mansos.

No nos gusta que se destaque insistentemente lo currupto, lo inmoral. Somos el país de la hipocresía, por un lado sacamos carbón en una isla rica en biodiversidad a punta de explosiones y por otro lado decimos que estamos trabajando firmemente contra el cambio climático. Todos exclaman con los brazos al cielo por los niños del Sename, pero nadie quiere cerca una casa de acogida de menores. Se exige más presencia y participación ciudadana, pero si nos ponemos duros y firmes, pasamos a ser molestos opositores al progreso. Porque al chileno no le gusta ver lo negativo, no le gusta tener que sentir la realidad en cada minutos, es mejor evadir y continuar pues "mañana hay que trabajar igual".

Y así estamos, viendo a una (neo)oligarquía formada post dictadura enquistada como una lombriz solitaria en los intestinos de SU Estado subsidiario, no incomodada por los medios de los cuales son también dueños (además, salir todos los días a darle a los corruptos sería ser algo de mucha odiosidad ¿cierto?) y siempre en tregua mutua acordada corporativa y tácitamente algunas veces y descaradamente en otras, para no agredirse mutuamente, pues está bien pegarse durante las elecciones pero no para que nos matemos se dirán, dado que hasta ahora alcanza para todos.

En resumen mis estimadas y estimados lectores, las termitas públicas que roban, ¡oh perdón!, quise decir que -se equivocan- al mover dinero públicos de aquí para allá, que hacen contratos millonarios bajo una espesa niebla de pepeleos sin consulta alguna a la ciudadanía, sin democracia ni debate de por medio, mas todo legal y apegado a la normativa, no responden a elementos valóricos de bienestar colectivo y de servicio a la comunidad, y menos tienen como fin el fortalecer la democracia y la transparencia de la gestión pública. Tiene su propia (a)moral e intereses, justificada por la costumbre y sostenida históricamente por el poder mismo que tiene el estar en situación de privilegios. Ello con total impunidad ya sea institucional como social. Pues no sólo fallan los organismos que dicen y están para garantizar la probidad y transparencia con los dineros del fisco, sino también fallamos nosotros como sociedad civil al permitir que todo esto ocurra sin que se sostenga una indignación y presión popular para acabar con los y las caras duras.

Vecinas, vecinos, bien sabemos que ésta plaga de corruptos está viva, y que surge en las profundidades de los hábitos políticos de los partidos de la transición, y así como viven los insectos originales de mi analogía, éstos otros isópteros políticos también esperan como fin último poder morder un palito de vez en cuando, si la oportunidad y nosotros se lo permitimos.



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Francisco Córdova Echeverria



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