domingo, 4 de octubre de 2009

Un provinciano en metro.


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-Nota ante del inicio-

Ruego a usted, luego de leer la nota, pensar (no se esfuerce mucho) en una canción de fondo que sea acorde, desde su perspectiva, con el texto siguiente. Usted verá una primera sugerencia de mi parte, que es sólo para el primer lector, ya que el segundo deberá leer la nota con la música propuesta por el nº1 y el 3 con la del nº 2 y el 4 con la del nº 3 y así sucesivamente. Es algo idiota pero será divertido… cada interpretación tiene su propia musicalización, busque la suya.

Sugerencia del autor. http://www.youtube.com/watch?v=QNPfP_E6smE

Un provinciano en metro.

Ya con mochila al hombro, con la “Bip” cargada busco torpemente en los carteles la señal “Dirección San Pablo”. Inmediatamente desnudo mi poca habitualidad de usar el medio de transporte más moderno del país que está al alcance por $500. Inconscientemente trato de no hacer notar mi calidad de visita, me disfrazo de santiaguino por un minuto, pongo cara de que nada me importa, de estar apurado y de asco por tener que compartir mi metro cuadrado con tantas personas. No dura mucho mi performance, inmediatamente se me relaja el rostro, y pongo esa sonrisa de mierda que siempre traigo conmigo y que le gusta tanto mostrarse al público que no me ve, pero a ella, le da lo mismo, sigue curvada tensando esos labios generosos que mi genética me condenó.

Ya es medio día en la capital, y la estación Tobalaba está llena de gente, y qué gente. Cada quien con su mundo, como si forrasen su aura o su metro cuadrado como diría un cabeza de pelota con un blindaje impenetrable ante miradas y posibles juicios de terceros. Me da la sensación que a la gente en Santiago le molesta ser vista, como si el poder mirarle sea funarle el juego a ser invisible, a no ser visto, es como pillar al amigo en el juego de las escondidas. No sólo la gente se hace la invisible, al parecer también no quiere ver a los demás, evitan el contacto visual, el vínculo con el otro, ese que nos permite el saber que hay otro más ahí, otra vida en particular, otra forma de pensar, otros sentimientos contemporáneos a los míos. No queremos saber de nadie y que nadie sepa de mi.

Parte esta cuncuna metálica, con ese tironcito que hace como que te bota, intención impedida por el orgullo de no caerse en un vagón del metro. Unos sentados, otros de pie y los rebeldes en el suelo. Jóvenes haciéndose los dormidos, señoras con cara de no querer estar ahí, mujeres jóvenes con cara de indiferencia y disposición a ver y sentir quién la observa, flaites varios, peruanos, ecuatorianos, obreros, ejecutivos, vendedores, promotoras, estudiantes, dueñas de casa, ociosos, putas y no tan putas, todos ahí en ese caldo seudo-cosmopolita que es nuestra capital. Algunos leen, no parecen dar nunca vuelta la página, pero al menos tienen la pose, cosa no vista en los medios de transporte del “Gran” Concepción. Nadie da el asiento, o nadie menor de los 25 años, no importa si se les pone en un costado, equilibrando el esqueleto cansado una mujer de edad avanzada, o un cojo, o una mujer con guagua… no es su problema. Debe ser el daño colateral del progreso, personas menos educadas con más acceso al mercado.

Por más que quieran no ser vistos y se pongan sus lentes y audífonos de invisibilidad, deben bancarse el contacto con el otro, sentir la piel del vecino, sus olores y su aire expirado por esos pulmones ajenos, puedes esconderte pero nunca huir de la sociedad dentro de un vagón del metro.

Y ahí cae la tentación, de ser uno más, de ser un capitalino, de ser parte de esa sociedad de metrópolis, ser un tipo cool , un weón acorde con lo moderno, con el carrete con go-go dancer, con minas con escotes de verdad, discos con futbolistas de selección Bielsa, casas de maracas con Senadores y Diputados, con conciertos de músicas imperdibles, con “tag”, con súper autopistas, con tarjetas “bip”, con personas invisibles.

Pero no, gracias… vuelvo en mí, recupero lo que soy, un provinciano de paso por la capital, por esa ciudad ajena con el otro, esa urbe que te hace y obliga a ignorar al otro para dejar bien en claro que no te interesa nada ni nadie a no ser que sea para un touch and go

Igual es divertido llegar de Santiago y haber disfrutado del bestiario humano que nos ofrece el zoológico de edificios. Es agradable saber que eres diferente, un –huaso- que tiene que mirar a cada minuto el mapita con las estaciones del metro para que no se le pase la estación que te deja a algunos metros del bus que te llevará nuevamente al Sur.


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