Me es posible pensar mis emociones, pero me es imposible separarlas de
los pensamientos, quizás las pueda intentar contener o moderar pero lo que
siento es lo que hago. Así de simple.
A veces es incontenible la
cantidad de cosas que pasan por mi cabeza, mi cerebro funciona
independientemente de mi voluntad, al parecer le llaman pensamiento disperso o
múltiple, también he leído sobre el pensamiento divergente, etc. Por ejemplo, mientras
escribo este texto, mi mente piensa en algún rincón sobre los desafíos de mi
carrera política y sobre el clima, abro cada cierto tiempo las redes sociales
para ver si ha pasado algo interesante en mi mundo y selecciono y escucho
música desde Youtube. Toda la vida he sido igual, a veces me concentro por
horas en algo que me llama la atención y el tiempo se acorta, otras veces me
veo forzado a hacer cosas que no me interesan y el tiempo se hace tan largo
como la esperanza y mi concentración migra hacia pensamientos que me son más
agradables o interesantes. Frente a este tipo de personas el “sentido común”
del modelo capitalista creó una enfermedad o -condición- de personas; nos
clasificó como niños con déficit
atencional y si éramos además inquietos, es decir con la necesidad de
movernos para pensar “sufríamos” de hiperactividad, es decir, había una forma
de ser humano que no está en línea con las necesidades modernas y había que
rectificarlo.
Es una forma de ser no sostenible
para un mundo donde la uniformidad es la norma útil. Esta distinción fordiana
de la producción de seres humanos tiene mecanismos de control mediante drogas
como el Ritalín (metilfenidato) y tiene además el peso de los paradigmas del
sistema para llegar a ser “alguien útil” en la vida. No puedo detener la rabia
que me produce el haber sido drogado por más de 12 años, fui amoldado mediante
anfetaminas para ser -como los demás-, y de seguro en esos tiempos de máxima
capacidad de adaptación cerebral fui desplumando de capacidades cognitivas y de
habilidades que nunca más podré recuperar. El mundo es un secreto infinito que,
para una mente curiosa, es una maravilla que no acaba nunca de impresionar y
por ende de estimular. No culpo a mis padres por esto, ellos querían lo mejor
para mí en esos años ochenta y noventa, época en donde la sociedad chilena se
encontraba bajo la construcción de una conciencia colectiva que fuera acorde
con el país y sociedad que querían construir los promotores del descontrol del
mercado, el discurso académico y mediático apuntaba a formar una masa
productora/consumidora de bienes innecesarios para la sobrevivencia de la
especie, pero útiles a la sustentabilidad de los privilegios del 1% de la
población mundial.
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