LA TOLERANCIA mal entendida
y
LA INTOLERANCIA bien
entendida
Ya es un hecho, la
palabra -tolerancia- está puesta en la caja de herramientas del
lenguaje de la sociedad completa, se habla de ella con una libertad
absoluta y repetitiva, lo que está bien siempre y cuando la
construcción abstracta del significado de este símbolo lingüístico
tenga límites, dado que la -tolerancia- tiene bordes definidos que,
si se atraviesan, se cae en un mal uso del concepto y con ello se
provoca una distorsionada interpretación de la realidad de la
convivencia social.
La moral humanista laica,
aquella que es dinámica y fluida bajo el ritmo de la evolución de
nuestra especie, que nace del aprendizaje constante de las
sociedades, de sus errores y aciertos, de sus vergüenzas y orgullos,
permite generar límites a nuestra libertad natural (al “humano
animal”) y nos entrega los elementos de análisis (criterios) para
tomar decisiones éticas. Es decir, nuestro aprendizaje histórico
del -bien- y el -mal- levanta reglamentos tácitos (hábitos
culturales) o concretos (como las leyes) que limitan nuestra libertad
en beneficio de la convivencia social.
Entonces, estas reglas
sociales de origen socio/histórico provocan la pérdida de la
libertad natural del ser humano de “hacer lo que quiera”,
definiendo lo -tolerable- y lo -intolerable- por el colectivo social.
Podemos inferir que el hecho de vivir en sociedad provoca
definiciones de lo que es permitido o no permitido, colocando límites
a las intenciones de algunos de hacer o decir lo que le de la gana.
Inteligentemente no todo es tolerable.
Cuando se usa mal un
término de manera repetitiva y masiva, este símbolo pierde las
definiciones de su significado, se distorsiona, genera creencias e
interpretaciones personales y con ello desentendimiento en la
comunicación, puente clave para la convivencia social. Eso pasa hoy
con la palabra -tolerancia-, usada como excusa para poder exponer
opiniones o acciones que ponen en peligro la sana convivencia social
o lisa y llanamente, la agreden.
Los ignorantes del buen
uso de la palabra se escudan (voluntaria o involuntariamente) en la
-tolerancia- para agredir a otros, confundiendo una opinión
virtuosa, siempre válida, con un vómito mental que no aporta nada
al entendimiento, sino todo lo contrario, tensiona el ambiente y
provoca, en algunos casos, quiebres en la relación entre humanos. Es
por ello que es tan importante entender que la -tolerancia- es
activa, no pasiva. Esta tolerancia activa significa la existencia de
un criterio para la aplicación del concepto, es tolerable todo
aquello que no atente la dignidad de otros, es tolerable toda idea u
opinión que no ponga en peligro nuestro aprendizaje histórico sobre
lo que es saludable para la convivencia social, es tolerable toda
acción que no implique violanción a las libertades de otros y es
tolerable toda concepción universal de la existencia y vida que no
invada las cosmovisiones de otros u otras. La -tolerancia- no es
sinónimo de permisividad para la violación, agresión, oprobios y
semillas de odio contra otros. En estos casos, la intolerancia es lo
correcto.
Es correcto oponerse a
ideas, conceptos y/o acciones que permitan abrir la puerta a
peligrosos hechos del pasado que tanto dolor y sufrimiento han
causado a nuestra especie. Toda opinión de superioridad étnica debe
ser intolerada en honor a las millones de vidas perdidas por permitir
que tales ideas se infiltren en la comunicación común entre seres
humanos. Acá no hago referencia a las diferencias físicas que nos
otorga el 0,2% de variabilidad genética de la raza homo sapiens,
de la cual todos derivamos, sino de lo peligroso que es pensar y
sentir que el hecho de pertenecer a una cultura te otorga un grado de
superioridad por sobre otras. Confundir las manifestaciones
culturales del ser humano con la carga genética que todos tenemos es
un delirio del determinismo hereditario que dio origen, por ejemplo
al nazismo. Ya tuvimos experiencias con Mussolini y Hitler, con la
Iglesia Católica y sus cruzadas e inquisiciones, ya aprendimos del
apartheid sudafricano.
El no aprender a cuidar lo que decimos o escudar ideas erróneas de
superioridad étnica (soy/somos mejor que) es peligroso. Preocuparse
de ello es sano, exponer lo peligroso que es, es necesario. Callar
sería complicidad. Dudo que alguien quiera cargar con eso.
Hoy
la intolerancia selectiva permite que repudiemos la violencia de
género cuando algún personaje público hace gracias con comentarios
misógenos, que en tiempos pasados eran celebrados como parte de
nuestro hábito cultural. Pocos se atreven a defender la libertad de
opinión de un homofóbico o de un clasista, pues es intolerable
permitir cualquier gesto, por muy sutil que sea, que viole la
dignidad de otros o que los coloque en un plano de inferioridad
antojadizo.
Se
puede mostrar orgullo de nuestros orígenes, pensamientos, ideas o
acciones ¿Quién no lo hace?, pero ¡cuidado! Que la libertad innata
de decir lo que pensamos no traiga consigo cargas anti valóricas
implícitas o explícitas, a pesar de estar en un marco de felicidad.
En la sutiliza de nuestro lenguaje se alojan las grandes diferencias
del entendimiento, y con ello, más responsabilidad tendrá de cuidar
sus formas quien presenta una plataforma de comunicación más
elevada que otros.
Para
concluir, el uso de la palabra -tolerancia- debe ser adecuado,
contextualizado y definido a las acciones o exposiciones
comunicacionales que no generen superioridad moral o hagan difusa la
línea del respeto hacia los demás. El racismo, la xenofobia, el
clasismo, la homofobia, lo misógeno, los nacionalismos, etc, tienen
expresiones peligrosamente sutiles, que no deben ser toleradas con
simplicidad dado lo importante que es evidenciar una semilla de
riesgo para la convivencia social. Por muy leve que sea, por muy
delgada la línea, siempre será más sano para sostener el respeto
dentro de la riqueza de la diversidad humana, el recordar los límites
que hemos aprendido como especie, utilizando con rectitud la
tolerancia o la intolerancia en los casos que sea necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario