miércoles, 12 de marzo de 2014

Error y aprendizaje

El aprendizaje profundo sobre algo, es decir, saber qué es, para qué es y cómo es en su función, requiere la ocurrencia de dos fenómenos del mismo evento pero en grados distintos; el error y el acierto.
El proceso educativo consiste en una oscilación de acciones mentales (ideas) y de acciones concretas (hacer) que cambian de gradualidad según la realidad que hemos decidido aceptar como -verdad-; el estar consciente en lo correcto y el estar consciente del equivocarse son lo mismo, aprendizaje.
Lamentablemente en nuestra cultura el -error- ha sido llevado a un plano de carencia de virtud, como algo dañino. Se trata de evitar porque se le teme y condena, perdiendo con ello la capacidad de extraer el contenido útil de un fallo en nuestras ideas o acciones. Si se le teme al error, si nos afligimos frente a la posibilidad de fallar, comenzamos a desarrollar una vida -sobre segura-, carente de espacios de exploración, duda, creatividad y sorpresa, condiciones fundamentales para ser felices. Abandonamos el poder de la incertidumbre y desechamos las cualidades de la sorpresa, de la experimentación del presente sin prejuicios, deseos y aprensiones, sino que pasamos a una vida imaginaria (mental) que intenta llevar todo a un futuro donde el éxito es la única constante, "ir bien" es hacer todo bien desde el primer intento. Como todo esto anterior no es parte de la contundente realidad, se vive sin aprender a vivir en libertad de descubrir quién soy y para qué soy. Hoy al temerle al error, nos encarcelamos en una aprendizaje robótico, rígido, donde el estudiante debe ponerle barreras a su imaginación y curiosidad. Debe responder según lo que se ha establecido como acierto, no más allá ni menos, evitando con esto adquirir las habilidades para impulsar una vida construida en base a nuestra experiencia, sino que debemos construirla en base a las experiencias de los demás y sus miedos.
Es importante poner al -error- en el espacio que le corresponde dentro del proceso de aprendizaje académico o de la vida misma. Si incorporamos al -error- dentro de las virtudes, separándolo de la desidia y la negligencia, volveremos a abrir las puertas al aprendizaje profundo, sabremos cómo se logran y también como no se logran los objetivos, podremos recuperar lo importante de nuestros fracasos, construyendo con ello un piso más sólido para volver a comenzar a intentarlo. Ser conscientes y positivos frente al fallar, no caeremos en estados emocionales pesimistas, castigadores y contenidos, sino que podremos experimentar energía, impulso y desborde de entusiasmo, pues hemos podido experimentar una cara del fenómeno, pudiendo con ello comenzar a experimenta la otra, la que realmente buscamos.
Invito a las y los profesores, docentes, trabajadores sociales, dirigentes y a toda persona que ocupe un espacio de referencia para otros, que comprendan, que existe una diferencia enorme entre -corregir- y -conducir- un proceso de aprendizaje. No corrijan destacando el error, sino que conduzcan, expongan positivamente las cuestiones que componen el fenómeno y llévenlas con habilidad a otro plano de pensamiento, e inviten a sus alumnos a explorar ahí ahora la respuesta a sus dudas. Si superamos el estigma del -error- y si desarrollamos la habilidad de -conducir- el viaje por el conocimiento y la experiencia, estaremos sin lugar a dudas, abarcando lo amplio que es el concepto de aprendizaje, formando personas con capacidad de fracasar sin sentirse culpables o defectuosos.

 

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