domingo, 22 de mayo de 2011

Un país que improvisa.



Chile es un país joven, con unos 200 años de república no pocas veces interrumpida por dictaduras que nos restan años de democracia y de consolidación de proyectos a largo plazo. A los jóvenes y no tan jóvenes (como yo), nos cuesta comprender con fluidez el sentido de nuestra organización social; desarrollo, equidad, igualdad, justicia, mercado, economía, crecimiento, chorreo y decenas más de conceptos que se cruzan en orgías conceptuales que sólo relativizan las discusiones y confunden las mentes de quienes buscan su formar de aportar al país.

Nuestra cultura socio-económica basada en la competencia y en el materialismo, fomenta la superficialidad de la vida, todos trabajan para sí y para sus familias; el concepto de bien común se diluye en el solvente de la mala (o nula) educación cívica. Pero ¿de qué desarrollo hablamos?; crecer a un 7% en macroeconomía es una noticia de júbilo para políticos y empresarios (parientes casi todos), pero sabemos -por evidencia- que ese crecimiento no es para todos y todas. Chile es top ten en mala distribución de la riqueza (índice GINI) y la píldora de que “esto es bueno para el país” es un poco grande para tragarla sin correr el riesgo de ahogarnos en la demagogia populista.

Hemos achicado el Estado por décadas, -más chico pero más fuerte- dicen algunos, pero en los hechos la cosa es menos alentadora. En Chile el interés de la rentabilidad se ha adueñado de factores fundamentales para el crecimiento equitativo y la justicia social; la educación y la salud, por ejemplo, dejaron ser conceptos idealistas de derechos fundamentales, el ciudadano pasó a ser cliente y el Estado dejó de ser garante de derechos, transformándose en un proveedor de servicios para las demandas básicas de la -gente/usuaria-. Es por lo mismo que para muchos y muchas fuese y sea de mucho sentido, que un gerente millonario “en dólares” y exitoso inversionista fuese, por lógica, un buen presidente de la república. Acá no es cosa de derechos humanos, de política ideológica ni de partidos políticos, es un tema de gestión, de liderazgo seguro, de haber leído todos los manuales de los Harvard Business Review y parafrasear a iluminados del modelo desde sus libros de autoayuda que reposan en el velador. Ser emprendedor es ser un buen ciudadano; trabajar y comprar, el motor de la vida moderna.

Este marco de lógica economicista, que se ramifica dentro de las vidas de todos y todas, pasa a ser el pilar de la planificación familiar, es el condicionante de qué calidad de educación, salud, vivienda y previsión que recibiremos, en el modo de ser valorados y valoradas por los otros, en el indicador de logros personales, la meritocracia y el emprendimiento, sin capital previo (heredado), es garantía de un futuro endeudamiento, siendo esto ganancia para la banca y una limitación para el potencial humano; esa lógica te transforma de un homo sapiens a un homo consumus, permea todas las barreras de la sociedad sin piedad, sin asco y sin respeto por quienes conforman una cosmovisión de sus vidas desde una perspectiva más simple y humilde; el no ser “productivo” es perder el valor como individuo y como comunidad. Generar dinero es la consigna, y mientras más, mejor. Un simple ejemplo de la “economización” de la política y de la vida en general es el artefacto de -entregar tierras a los pueblos originarios y apoyar el emprendimiento para que éstas sean productivas y útiles-. La cultura dominante, con la zanahoria parece generosa entregando las tierras y con el garrote obliga a que ellas generen dinero. Es inaceptable, para el modelo, que un pueblo desee las tierras sólo por tenerlas, no importa su sentido histórico de pertenencia o vínculo espiritual con el -mapu- o la tierra, debe generar dinero, aportar con su goteo al mar de millones que sostiene a la elite económica.

Chile abrió puertas y ventanas al capital extranjero y satanizó el Estado. Consiguió ensuciar la política y asesinar la educación del pueblo. Los niños y niñas, jóvenes y adultos que no comprenden lo que leen son marionetas de la publicidad y de la retórica de los líderes autoreferentes y autoelegidos, personajes que rayan en la caricatura política, validados por una democracia famélica de participación ciudadana y por un sistema electoral (binominal) que asegura la concentración del poder político (y económico) en dos bandos, enemigos en el discurso pero hermanos en los beneficios del sistema.

Esta desigualdad económica y educativa genera un país dividido en blancos y negros. Nuestra escala de grises, de tonos diversos en el muro donde se escribe la política y la historia, se reduce a minorías menospreciadas, los díscolos, los antisistémicos, vándalos del orden y de “lo que debe ser”, grupos de inmorales y relativistas éticos que consideran que, el con quién te acuestas no debe restarte derechos. Sectores desadaptados de hippies que atentan contra el desarrollo (y contra los chilenos y chilenas) defendiendo animalitos y plantas que, de conservarlas, nos atrasaríamos en el nunca suficiente -desarrollo país-. Estas divisiones sin puentes de diálogo nos hacen tener más de un país dentro del mismo territorio y por ende, distintos tipos de formas hacer vida dentro de ellos; hay muchos bueyes jalando la carreta en distintas direcciones.

Chile se obliga a improvisar según la moda globalizada, la economía se guía casi por un horóscopo económico, adivinos del futuro que sacan cálculos según el pasado y éstos datos los proyectan a futuro. Es casi como que les digan que en un futuro ustedes tendrán una gran pena pero luego se les viene una gran alegría. Si se quieren hacer cambios, nada de proyecciones a 20 o 40 años, estamos apurados. No sabemos qué nos persigue y menos sabemos cómo queremos llegar, mas unos pocos nos afirman que debemos ser “desarrollados”, son los y las que salen en los diarios, en la televisión, dominan los medios y los discursos morales de lo correcto, del orden y de lo “justo”, están validados por estándares propios, que ellos mismos han promovido e inculcado a la masa post moderna.

Todos nos alegramos al alcanzar niveles de ingresos percápitas muchos más elevados que el promedio de la región acercándonos cada vez más al de los países de la OCDE, no importa si el cálculo se logra entre polos muy alejados, el tamaño de la brecha entre él de arriba y él de abajo es un detalle que solucionamos con la caridad del Estado y políticas sociales que apuntan a que no se nos mueran de hambre y de frío las generaciones de pobres a futuro. Acá la macrocifra, el número grandilocuente es el que nos ayuda a hacer mejores negocios y por ende son los que -hacen crecer el país-, mejoran nuestra imagen y nos transformamos en miel para los inversionistas extranjeros. Si los ricos crecen, los pobres reciben más. El “chorreo” del neoliberalismo apunta a dar de lo que sobra, pero no a permitir que quien nace con menos tenga el poder de competir y por ende de acceder a la riqueza, eso acá no está permitido (pero en silencio). Nuestro mercado parece competitivo, pero es un feudo que se hereda ente unos pocos y lo defienden a sangre (ajena) y fuego si es necesario.

Como nación joven y en proceso de maduración socio-política, aún estamos en la etapa de la copia, de la modelación mientras buscamos una identidad de Estado y de sociedad a futuro. No nos atrevemos a tomar vanguardias, a liderar cambios mundiales, a romper paradigmas e inercias establecidas. Esperamos que otros países desarrollen la energía alternativa, ni se nos pasa por la cabeza ser pioneros y lanzarnos a desafíos, a apostar por nuestra inteligencia, el riesgo es grande y nadie dispone de la voluntad de arriesgar capital, el negocio a corto plazo, lo más barato y rápido es nuestro mérito económico; los daños colaterales de ese desarrollo es un precio bajo a pagar con tal de ser parte del club de los países “top” en cifras económicas; después nos preocuparemos de la justicia social, de la educación de los más pobres o de la vejez digna de los millones que dejan de ser productivos, la teoría dice que todo aquello se soluciona mágicamente una vez alcanzado el paraísos económico.

 ¿Cómo queremos que sea Chile en 40 años más? Es una pregunta que no nos hemos hecho como pueblo, seguimos cabeza gacha con la mente puesta en el trabajo y en la sobrevivencia en un mundo en donde “el que pestañea pierde”. Avanzamos con la guardia en alto desconfiando del otro, los codazos son parte de nuestro desarrollo social. Las buenas ideas no se comparten, se patentan. Las escuelas y colegios no colaboran entre ellas para mejorar el aprendizaje de los niños y niñas, sino más bien se apuñalan para robarse alumnos y sustentar el negocio con las matrículas. Las universidades han perdido su esencia, las que son negocios compiten por el dinero de los padres (ese que se gasta para a sus hijos); las “tradicionales” se debieron sumar al juego so pena de desaparecer del mapa educativo. El juego macabro del mercado condenó a que Chile no proyectara profesionales en base a una planificación país, sino más bien a responder única y exclusivamente a la ley de oferta y demanda. Una vez más, el dinero domina y el mercado regula, el rol del Estado es ser el árbitro del encuentro. Participa pero no juega. Dejemos que los niños corran libres, si unos pierden por ser más lentos, diferentes, chicos o cojos es parte de lo “natural”, aunque la naturaleza pone a todos los animales a competir sin más que sus propios cuerpos e inteligencia, acá las reglas de la competencia las colocaron los dueños de la pelota y de la cancha, así es muy difícil ganar en dónde está todo diseñado para unos pocos.


Chile deberá pasar de la infancia a la adolescencia, se vienen los procesos de rebeldía, el parto del encuentro con nuestra personalidad y carácter como nación. Los cambios hormonales de la sociedad llevará conflictos y roces, los estirones nos harán desconocer nuestras dimensiones espaciales en el mundo globalizado, nos golpearemos con los marcos de las puertas y ventanas de las oportunidades, tendemos nuestras pataletas y nos encerraremos en la pieza a morder la rabia porque queremos ser alguien y no nos dejan. Tengo esperanza en la evolución de las sociedades, no concibo el poder enorme de la especie, concentrada en el sólo hecho de tener para ser. Es sólo un proceso duro que nos toca vivir, pero la hormona del despertar social se está haciendo sentir, y no debemos ignorarla, es más, debemos potenciarla y asimilarla, conducirla y consensuarla. Algunas extremidades crecen sin mucho conocimiento del porqué, pero el hecho es innegable, el pueblo está inquieto y da golpes a la tranquilidad de la sociedad, palos de ciegos quizás, pero ya presiente que algo no cuadra con el sentir de lo humanamente solidario. Chile crece, avanza y madura, y como todo cambio, toma tiempo, genera roces, desconfianzas y oposición de los que están cómodos con la situación actual. Los grupos privilegiados no dejarán que su estabilidad y comodidad se vean amenazados, mas eso no nos debe importar, la maduración de un país requiere sacrificios personales y colectivos, y los que viven de sus convicciones saben que el placer de aportar con una vida diferente a la que exige el modelo social, es un precio bajo a pagar por el gusto de sentir que se ha hecho lo coherente con sus principios e ideales que nunca mueren mientras haya alguien que sueñe algo diferente a lo que sus ojos ven.

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