Una vez que uno alcanza cierto
nivel de conciencia sobre la realidad, sus causas y efectos, se ve enfrentado a
tomar decisiones que siempre repercuten en el colectivo social. Muchas y muchos
creen que las vidas son independientes entre sí, que lo que uno haga o no haga
tiene más que ver con la realidad personal que con los desconocidos que nos
rodean en el diario vivir, mas eso es un error. Todos estamos conectados por un
cadena invisible, nuestro planeta es finito, y como toda energía se transforma,
nuestras decisiones, movimientos y palabras repercuten como ondas en este
espacio común que compartimos como especie, más aún hoy en que las redes
virtuales han destruido barreras físicas como la distancia y el tiempo, estamos
a un paso de lo instantáneo.
No es extraño toparse con
personas que asumen la pasividad y su indiferencia adjunta como un “no hacer”,
como si la ausencia de voz y movimiento no delatasen una conducta, inmóvil,
pero conducta al fin y al cabo, así que, esa neutralidad fingida de no
entrometerse es en sí misma un acto que favorece a la conservación de la
realidad y no al cambio de la misma. En otras palabras, el hacer o no hacer, siempre
es un hacer, por más que uno desee considerarse como un mero observador
independiente que no influyente de la realidad.
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